martes, 8 de septiembre de 2015

LOCUTORIOS.




Ahora están muy de moda los locutorios gero. Pasa lo que pasa siempre: alguien se está forrando.

En principio fueron concebidos como un servicio público, para evitar que los familiares de los geros tuvieran que entrar en las lóbregas instalaciones geriátricas para visitar a los familiares. Instalaron locutorios en algunos centros comerciales para que pudieran conversar con los hologramas de sus seres querIdos. Una moneda en la ranurita y allí estaba el tío Luis, o la abuela, o el viejo profe de matemáticas, con sus trajes impecablemente planchados, deseosos de saber como ha ido todo desde que ellos no están.

Pero las colas empezaron a ser muy largas, la gente empezó a pedir a los geros que leyeran el futuro, les aconsejara sobre sus asuntos domésticos o profesionales y muchos se engancharon.

Es un poco fuerte la palabra, pero ya hay muchos adictos a los locutorios. Gente que se ha dejado los ahorros familiares pagando por ser escuchados, porque está comprobado, al final la gente lo que quiere es que alguien los escuche. Ya hay clínicas que tratan ese tipo de adicción. Y no son baratas. 

Hay locutorios especializados en todo tipo de temas, pero el más famoso, el más solicitado, el más caro de todos es el del Doctor Amor. Allí acuden amas de casa para preguntar como pueden reactivar su relación de pareja, infieles que quieren saber cómo nadar y guardar la ropa, jovencitos angustiados que no saben si se enfrentan al gran amor de su vida esta vez o que simplemente en busca de consejo para encontrarlo.

El Doctor Amor sabe como quitar hierro a las tragedias, despejar dudas y sobre todo, infundir ánimos. Tiene respuesta para todo y nunca se escandaliza.

La historia de este gero es tan extraña que no tiene más remedio que ser verdad. 

El Doctor Amor antes de ser criogenizado era vigilante de seguridad en unos grandes almacenes. Se llamaba Roque Garmendia.

Sus últimas vacaciones las hizo en un crucero por las islas griegas, allí conoció a Rosa, ayudante del sobrecargo del crucero, con la que compartió algunos cigarrillos en la proa al atardecer.

Aquel encuentro fue decisivo para Roque, empezó a sentir algo que no había sentido nunca, le asaltaban taquicardias, sudores frios y todo su cuerpo se sublevaba, al principio con suavidad, y a medida que avanzaban los días con más y más violencia.

Roque no sabía explicarlo, nunca había sentido nada igual, supo que aquello era el verdadero amor, que había venido a visitarle con algo de retraso. Con razón había pensado siempre que el amor estaba sobrevalorado, no podía dar crédito a lo que había oido porque nunca lo había experimentado.

Es evidente que era una de esas personas que a todo le tienen que buscar una explicación, porque se quedó enganchado a esas sensaciones y se observaba a si mismo maravillado como quien vigila a un ratón de laboratorio con dos cabezas.

En su pompa estaba cuando decidió compartir sus sentimientos con Rosa. Caminaba hacia la proa enardecido por la fiebre, flotando en sus vertigos cuando cayó al suelo en medio de espantosas convulsiones.

Fue evacuado en helicóptero y criogenizado de urgencia. Estaba gravemente enfermo, al parecer había contraido unas fiebres mortales en una de las escalas. Pero él no lo supo hasta año y medio después, al despertar como gero.

El resto es historia, se documentó sobre el tema, pues necesitaba superar aquel glorioso malentendido. Respondió todas las consultas que encontró sobre tema amoroso y en poco tiempo se convirtió en la más reputada autoridad en temas sentimentales. El nombre de Doctor Amor se lo puso su socio financiero, Isidro Lainez, propietario de todos los locutorios sentimentales que atiende Roque (en la actualidad más de seis mil, atendidos por un nutrido grupo de colaboradores geros)

El desenlace de esta historia aún está por llegar, pero podemos ponerle un broche adecuado: se cuenta que un día, la ayudante de sobrecargo acudió a uno de los locutorios, atraida por la fama de Roque y se presentó.

- Hola , soy Rosa.

Parece ser que el Doctor Amor, tras un largo silencio, respondió:

- Se ha equivocado, no existe la tal Rosa.

Y desconectó.

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